No vemos las cosas como son, las vemos como somos
Proverbio Anónimo
Le règne de la quantité et les signes des temps es un ensayo filosófico de René Guénon
¿Crisis? El CIS recoge periódicamente mediante encuesta pública las 10 mayores preocupaciones de los españoles. Al frente, donde antaño permaneciera tantos años el terrorismo, hoy está el paro. Analizando la última encuesta, la educación se sitúa en el 8º puesto de una lista donde prevalecen las preocupaciones de índole político-económica. Esto se puede deber a 3 motivos, bien porque no se considere a la educación una prioridad, bien porque hay quien no considere que requiera preocuparse, bien por una mezcla de ambos.
Si no le damos a la educación la importancia que merece, es porque no somos conscientes de lo que estamos arriesgando y desaprovechando como sociedad; y lo que es peor, nadie lo hará. Si aún hay quien piensa que la educación en España es de primer nivel, es -conforme a la cita introductoria- porque «no ve las cosas como son, sino como es«… o como quisiera ser. Hay indicios tan evidentes para concluir que la educación en España es cuando menos mejorable, que no verlo equivale a no querer verlo. Escribía Guénon que “el hombre moderno, en lugar de buscar elevarse a la verdad, pretende hacerla descender a su nivel”¹. En efecto, es así, y se puede apreciar fácilmente en lo poco que nos cuesta creer datos que confirmen nuestras ideas, y cuanto aquellos que las contradicen.
Esta condicta se denomina sesgo de confirmación, y es la causa que subyace bajo la creciente radicalización y propagación de bulos detectada en redes sociales como Facebook o Twitter. A esta conclusión llegó el estudio The spreading of misinformation online realizado por la National Academy of Sciences de los EEUU, evidenciando cómo las «cámaras de eco» en las RRSS multiplicaban estas conductas exponencialmente. Seguimos a quien piensa como nosotros, para reafirmar nuestras teorías, en lugar de a quien piensa diferente, para contrarrestar opiniones. Corolarios a este concepto aparecen en el San Manuel Bueno de Unamuno, cuya fé reside en la suma acumulada de creencias ajenas, o en The Believing Brain, el best seller de Michael Shermer que establece que primero viene la creencia y después la racionalización². Un hecho que ya quedara demostrado científicamente con los experimentos neurocientíficos de Benjamin Libet a finales de los 70′ y donde volveré cuando publique A sense of hope.
El caso es que por h o por b, cuesta encontrar a España en el ranking del informe PISA. Emplazada en el puesto 30 y en la media de la OCDE, sorprende que no ocupe un puesto acorde a su economía (14ª potencia según el FMI), y más aún que no sea cuestión de Estado solucionarlo. Y sin embargo, asistimos año tras año a resultados mediocres sin un consenso social y político al respecto. Ya en 2014, el Gobierno identificaba diversas causas para estos resultados: disponer elevadas tasas de repetición y de abandono (la más alta de la UE), el bajo rendimiento de la inversión, la divergencia sistema-mercado, un profesorado desmotivado, etc. Difícilmente se podrá curar al paciente con un diagnóstico erróneo.
Todos esos motivos no son causas sino consecuencias del verdadero problema, cuya segunda derivada es el fracaso escolar en sus múltiples facetas. Lo malo es que el problema es el propio sistema, lo bueno es que tiene solución (trataremos de abordarla en la Parte II del post). Además, sucede que las acciones que tomemos hoy tendrán efecto, como mínimo, en 4 o 5 años, por lo que si ayer era necesario, hoy es urgente y mañana será tarde. Huelga decir que, antes de exigir responsabilidad, procede asumir la propia, empezando por valorar la educación como merece. Parafraseando a Lutero³, no somos responsables sólo de aquello que hacemos, sino también de lo que no hacemos. Y a este respecto, todos hacemos poco.
Como ciudadano tengo el derecho de que la gestión de impuestos contribuya a universalizar el conocimiento de manera eficiente sin discriminación social, económica, racial o sexual. Primero para que la generación que nos suceda esté mejor preparada, y segundo porque no hay mejor redistribución de riqueza intergeneracional. Como padre tengo la responsabilidad de dotar a mis hijos con las mejores herramientas para afrontar su futuro. Y como votante debo exigir el compromiso de las fuerzas políticas de que sea una reforma consensuada, sin fines partidistas y planificada por expertos docentes a medio-largo plazo.
El pesimismo apocalíptico de Guénon germina desde los signos de los tiempos imperantes en plena IIGM. Hoy en día han cambiado, pero el objetivo no. Éste sigue siendo dejar un país mejor preparado que el heredado. Si nuestros abuelos y nuestros padres lo hicieron en condiciones más adversas, nosotros tenemos al menos la obligación moral de intentarlo.
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