De la simbiosis Industria-Universidad

Mes amis, retenez ceci, il n’y a ni mauvaises herbes ni mauvais hommes. Il n’y a que de mauvais cultivateurs

Victor Hugo

Sucede en ocasiones que, concentrados en determinar si el vaso está medio lleno o medio vacío, se pierde de vista lo más importante, si está llenándose o vaciándose. Bajo esta máxima se afronta una parte del debate abierto en torno al futuro de la universidad.

El informe IUNE 2018, que mide la actividad investigadora en las universidades españolas, muestra para el periodo 2008-2016 que, pese al descenso de los ingresos (6% de operaciones no financieras y 16,3% de los generados por investigación), las publicaciones en la Web of Science (WoS) y el registro de patentes crecen un 72,8% y un 89,6% respectivamente. Tendencias aparentemente contradictorias, pero nada más lejos de la realidad, al observar que los rankings de universidades se elaboran comparando parámetros entre los que se encuentran tanto patentes como publicaciones. Huelga decir que son un aspecto cada vez más influyente en las políticas activas de atracción y promoción del profesorado.

Al frente de los rankings mundiales emergen los EEUU, cuyos centros docentes acaparan el Top 100. Un modelo cohabitado por costosos centros privados (Princeton, Harvard, Yale…) y reputados centros públicos (Berkeley, Virginia, Michigan, UCLA…), donde destacan dos Estados, California y Massachusetts. Para este último, la docencia supone la industria de mayor fuente de ingresos. Sus más de 100 centros reciben una media de 20000 estudiantes internacionales al año, gracias a instituciones como Harvard, MIT o MassArt. En ellas, una buena parte del esfuerzo inversor se destina a proyectos de R&D que acabarán siendo portada de las más prestigiosas revistas científicas y tecnológicas del mundo.

La inversión en I+D+i de las universidades americanas no es un acto de fé, sino una toma colectiva de consciencia que emana de la propia sociedad civil. Son la referencia que son, precisamente por la sistematización de la inversión privada en toda la cadena productiva de la innovación. Un modus operandi que, bien ejecutado, garantiza el crecimiento socioeconómico y el retorno de la inversión. Pero para que todo encaje, habría que empezar a hablar de I+D+i+TT, partiendo de la investigación y su desarrollo, pasando por la innovación y terminando por la transferencia tecnológica. Este modelo permite, incluso, hacer de la necesidad virtud, como le sucedió a la bebida isotónica Gatorade®.

En 1965, los Gators, el equipo de rugby de la universidad de Florida, no pasaba por un buen momento. Lastrado por muchas lesiones y un bajo rendimiento deportivo, su entrenador pidió a un grupo científico que investigase si podía ser debido a causas extradeportivas. Descubrieron que los jugadores sufrían una pérdida excesiva de electrolitos y carbohidratos que provocaba lo anterior. Elaboraron entonces una bebida para equilibrar ambos aspectos, a la que los jugadores llamaron Gator’s aid… El equipo se recuperó esa temporada y la siguiente ganó la Orange Bowl. Pronto se multiplicaron las peticiones ingentes de bebida, y así surgió Gatorade. Esa filosofía inspiró, dos décadas después, la creación del Gatorade Sports Science Institute en Illinois, a fin de impulsar investigaciones científicas en todo el ámbito del deporte.

Más allá de la anécdota, muestra lo interiorizada que está la simbiosis industria-universidad en EEUU. Aunque la mayor evidencia es acudir a los rankings que valoran el desempeño innovador en las universidades (p.e. Times Higher Education, Reuters). De los 20 primeros puestos, 15 corresponden a universidades americanas. A pesar de la crisis de las hipotecas subprime, en el periodo 2006-2016 la inversión privada en proyectos I+D en universidades americanas ha crecido un 5,5% anual, pasando de $2,4 a $4,2 billones. Standford, con propuestas tan vanguardistas como el Centro de Investigación de Blockchain, lidera un año más ese ranking. La UE, con sólo 5 entre las 30 primeras, debería reflexionar al respecto, a la vez que refuerza cualquier medida que active la inversión privada en I+D.

Hay 2 escenarios donde la universidad aporta a la industria un gran valor añadido: desde la especialización y desde su capacidad de tracción transformadora. El primero permite a las empresas rodearse de perfiles que no dispone. El segundo permite a las empresas externalizar un proceso que, por lo general, provoca muchas distorsiones cuando se realiza desde dentro; por no mencionar cuando directamente fracasa, lo cual abordaré en el futuro post Focus on Transfer! Por su parte, la universidad obtiene financiación, gana reputación, «vacuna» a sus alumnos al contextualizarlos en el mercado, y revalida su compromiso fundacional de motor de desarrollo social.

Ahora que el conocimiento pierde parte de su ventaja frente a las habilidades¹ (ver allegro ma non troppo), y que la IA amenaza con revolucionar el sector, el futuro de la universidad pasa -más que nunca- por converger con el entorno empresarial. Disponer estructuras colaborativas empresa-universidad es pues la mejor manera de afrontar este entorno vuca que nos rodea y nos rodeará, al menos, varias décadas.

¹ En ese sentido hay que valorar positivamente que el Congreso pactara la semana pasada que la Filosofía vuelva a ser obligatoria tres años en los institutos españoles, después de que la última reforma educativa (LOMCE) limitara considerablemente su presencia en las aulas españolas. Toda enseñanza que permita crecer en las habilidades personales debería ser considerada cada vez más dentro del sistema educativo, de cara a la enseñanza de las generaciones futuras, y por supuesto al margen de consideraciones políticas de cualquier signo.

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