Introducir el principio de moderación en la teoría de la guerra conduce al absurdo¹
La innovación y la guerra comparten sinergias de diversa índole desde tiempos remotos. Rememorando cuantas me vienen a la mente, he establecido 3 categorías que las estructure y clasifique conceptualmente: estratégicas, tecnológicas e indirectas.
Un ejemplo de innovación estratégica fue la reforma del ejército romano emprendida por Cayo Mario en el 107 a.C. No son pocos los historiadores que consideran que, sin ella, la República hubiera sucumbido antes de su metamorfosis en Imperio. Mario es sin duda el «culpable» de que hoy en día se considere la legión romana el mejor ejército de la Antigüedad y que Roma haya sido la mayor civilización occidental. En esta categoría entrarían también las innovaciones tácticas o estructurales.
Por otro lado, las innovaciones tecnológicas, surgidas para disponer ventaja frente al enemigo, suelen desencadenar avances que exceden el ámbito militar. Sirva de ejemplo la máquina ideada por Alan Turing para descifrar el código Enigma. Con su aportación, Turing no sólo acortó la II GM dos años -salvando así cientos de miles de vidas-, sino que también estableció la base conceptual del ordenador moderno, como el que uso para redactar mi blog. En esta categoría se engloban también las innovaciones técnicas.
Por último, hay desarrollos del ámbito civil surgidos como consecuencia indirecta de la guerra, como los que le valieron el nobel a Alexander Fleming. En efecto, de no haber ejercido de médico en la I GM, no hubiera constatado las innumerables muertes por gangrena entre los heridos por metralla, ni hubiera dedicado los años posteriores a investigar su causa, por lo que nunca habría descubierto los efectos antibióticos de la penicilina. Su hallazgo, además de haber evitado millones de muertes, es una de las causas del incremento de la esperanza de vida en el último siglo.
Simples ejemplos que ilustran los conceptos anteriores y muestran hasta qué punto innovación e industria militar han ido e irán de la mano. Al fin y al cabo, son dos caras de la misma moneda, con una frontera difusa entre las luchas por la supervivencia y por el poder. Ambos conceptos son tan inherentes al ser humano, que ni siquiera hoy en día somos capaces de definir una línea clara que permita erradicar al menos el segundo. Solo el miedo a una guerra total, surgido durante la guerra fría, ha permitido frenar la escalada bélica iniciada en la primera mitad del Siglo XX. Con ese miedo como objetivo, la industria militar se está reinventando en una vertiginosa carrera hacia la guerra sin víctimas, al menos para quien pueda reclutar ejércitos robotizados.
Es en Irak en 2003 cuando el primer robot militar tripulado en remoto participa en una guerra (MARCbots). Ese mismo año, la Agencia de Investigación del Departamento de Defensa de los Estados Unidos (DARPA) firma un acuerdo de colaboración con Boston Dynamics (spin-off del MIT, adquirido por Google en 2013) para desarrollar robots de uso militar y que perdura hasta hoy. Entre sus creaciones destacan bigdog, cheetah, spot, spotmini, sandflea, wildcat o atlas, un robot humanoide de alta movilidad, que nos puede recordar al RoboCop de finales de los ’80 (Paul Verhoeven, 1987). Teniendo en cuenta quien lo financia, y a qué precio, hay que ser muy ingenuo para pensar que el futuro pasará -sólo- por salvar vidas…
En 2017 Boston Dynamics saltó a la fama por servir de inspiración a Charlie Brooker para el guion de uno de los capítulos de la 4ª temporada de Black Mirror. En un mundo deshumanizado, tres personas buscan en un almacén abandonado medicinas para un niño. Su presencia activa un robot de aspecto similar al wildcat, el metalhead, que iniciará una persecución a vida o muerte. El capítulo es, de principio a fin, desolador, y la dirección de David Slade refuerza esa atmósfera de desesperanza. Suya es la brillante decisión² de rodar en B/N para evocarnos recuerdos ocultos de las guerras del siglo pasado, como la II GM o la guerra de Corea.
Los metalhead son robots asesinos autónomos y dotados de IA para la toma de decisiones. Esto fue, sin embargo, un giro de última hora, dado que el guion original cerraba el capítulo con un técnico en remoto controlándolo todo desde su casa. Afortunadamente, Brooker lo modificó, evitando así la incongruencia de pertenecer a una serie de ciencia ficción creada para agitar «las mentes social-adormecidas» frente a las amenazas tecnológicas del futuro. Porque es precisamente esa capacidad autónoma de toma de decisiones el mayor salto tecnológico que hay entre el wildcat y el metalhead. El resto no es ciencia ficción.
El wildcat es capaz de ubicarse vía GPS, desplazarse a 32 km/h y cargar más de 180 kg. Todo un seguro de vida para misiones de avituallamiento de tropas u operaciones de rescate. Aunque DARPA omita otras aplicaciones, es evidente que podría usarse también como portador de cargas explosivas de detonación remota e incluso como francotirador si le incluyen sensores y cámaras termográficas. De hecho, abstrayendo la mente de proyecciones apocalípticas, no cuesta imaginar lo que haría Jeff Bezos en el ámbito civil con un desarrollo 2.0 enfocado a la logística urbana elemental.
En cualquier caso, estos desarrollos de Boston Dynamics son sólo la punta del iceberg de la revolución que acecha a la industria armamentística y al conflicto bélico tal y como lo conocemos. Las guerras del futuro no requerirán apenas soldados en la línea de fuego sino técnicos en retaguardia manejando controles remotos… o quizás ni eso, porque el día que los droides puedan ser programados con arreglo a una misión concreta, y ejecutarla íntegramente de manera autónoma como el metalhead de Brooker, estaremos en un nuevo escenario donde huir no será una opción.
Más vale que para entonces hayamos aprendido como especie a evitar las guerras o exista teletransportación a Marte, porque con un puente aéreo intergaláctico al uso, no va a ser suficiente.