Remember, remember, the fifth of November
The gunpowder, treason and plot
I know of no reason why gunpowder treason
Should ever be forgot!In Quintum Novembris, John Milton
Toda innovación siempre debe cubrir una necesidad existente, o en su defecto crearla; ese es el origen de los IEDs, con la necesidad de Robert Catesby y Guy Fawkes en 1605 de volar el Parlamento Británico…
398 años después del fallido regicidio, la coalición internacional desplegada en Irak asistía con estupor al inesperado número de bajas en sus filas. En pocos meses de conflicto, la táctica impersonal del ejército enemigo, consistente en plagar cualquier posible escenario de combate con IEDs (Improvised Explosive Devices), provocaba la primera gran crisis en los mandos aliados. Conscientes de la diferencia tecnológica entre ambos ejércitos, los iraquíes reinventan la guerra de guerrillas con –valga la expresión– excelentes resultados.
Los IEDs fueron, desde el inicio de la guerra, la gran baza frente al ataque aliado, usando para ello los medios a su alcance. Si al principio eran cartuchos de artillería de viejos arsenales, pronto emplearon cualquier explosivo casero disponible y artefactos EFP (Explosively Formed Penetrators), cuya utilidad para perforar vehículos blindados y armaduras ya se había comprobado en la II Guerra Mundial. Por contextualizar, en un año de conflicto (10/06-09/07) los EFP mataron e hirieron a 97 y >300 soldados estadounidenses respectivamente. Sólo en abril de 2008 mataron a 15 soldados de EEUU¹.
Los IEDs fueron el principal desequilibrio militar al que se enfrentó la coalición internacional tanto en la Guerra de Irak como en la Guerra de Afganistán. Se calcula que en ambos conflictos, más del 50% de los 3500 fallecidos y los 30000 heridos del ejército de los EEUU fueron causados por IEDs. Ante esta amenaza constante, el Gobierno de los EEUU realizó dotaciones extraordinarias de billones de $ y modificó sus tácticas de guerra. De hecho, fueron la principal causa de que la guerra se alargase hasta 2011, máxime considerando que Sadam Hussein había sido capturado en solo 10 meses (12/12/03).
Mientras tanto, para el bando enemigo todo eran ventajas: facilidad de uso, bajo presupuesto ($ 250), daño unidireccional sin arriesgar tropas, ausencia de tecnología sofisticada, impacto físico y moral por las bajas y los heridos (generalmente por amputación) y creación de un escenario de miedo escénico ante un peligro omnipresente e invisible. Cualquier caja, lata, bolsa, cubo, basura, animal muerto, coche abandonado, borde de arcén, socavón o tablón tirado en el suelo podía ocultar un artefacto explosivo.
Los IEDs causaban además numerosas bajas civiles (aún resuenan las frecuentes matanzas en mercados de Bagdad), lo que incrementó exponencialmente las voces a favor del cese de las operaciones. Cada vídeo en un telediario, cada portada de un periódico, cada veterano mutilado, cada civil muerto, cada vehículo blindado perforado junto a cuerpos yaciendo, tenían un efecto demoledor sobre las tropas aliadas, igual y opuesto al motivador sobre las insurgentes, y generaba un terremoto en la opinión pública de todo el mundo. Se provocaba además un efecto multiplicador, porque civiles que lo habían perdido todo se enrolaban con los insurgentes, tras culpabilizar a los EEUU de inventarse una guerra innecesaria.
Consciente de la situación, el Alto Mando norteamericano creó un Comité específico (JIEDDO) para diseñar una estrategia de choque, a la par que lanzaba sendas líneas de innovación al servicio de sus tropas. La primera línea desarrolló y adaptó la industria armamentística para resistir y/o evitar en la medida de lo posible daños en equipos y soldados en caso de ataque mediante IED². Si bien es cierto que se crearon vehículos más resistentes, el enorme coste presupuestario que conllevó fue a su vez contrarrestado por bombas con un potencial destructor x4 para mantener el nivel de alcance. Vehículos de $ 525000 que antes eran destruidos por bombas de $ 250, luego lo fueron por bombas de $ 1000.
La segunda línea de acción innovadora fue el encargo a Exponent Inc. de un robot capaz de dar soporte in situ a las tropas. Así nació el MARCbot (Multi-function Agile Remote Control Robot), con más de 1000 unidades enviadas a las guerras de Irak y Afganistán desde 2004. Su manejo en remoto, su cámara y su micrófono permitían a los soldados reconocer un lugar, mover objetos sospechosos, detonar cargas explosivas e interactuar con personas sin exponerse a ser atacados. Muchas unidades volaron por los aires al desactivar una bomba, evitando así un ingente número de pérdidas humanas.
Hoy en día es frecuente debatir sobre cuando una inteligencia artificial podrá desarrollar empatía hacia una persona o colectivo concreto. Películas como Wall·E o I Robot son ejemplos de un tema recurrente en la industria cinematográfica. Sin embargo, pocas veces se plantea qué grado de empatía desarrollaremos nosotros hacia las IA. La pregunta a día de hoy no es si un robot decidiría motu proprio salvar a un soldado aliado o a un civil; eso llegará, pero aún no estamos ahí. Lo que si toca preguntarse es si un soldado podría decidir «salvar» a un androide antes que a un ser humano.
La investigadora de la Universidad de Washington Julie Carpenter desarrolló su tesis doctoral en torno a la relación emocional que podemos experimentar los humanos hacia las máquinas. Estudios anteriores ya habían constatado la facilidad que tenemos para antropomorfizar objetos inanimados que nos hacen sentir bien, como un instrumento musical o un peluche. Es más, basta ver algunos comentarios en twitter o amazon sobre el Iphone X de Apple o el model 3 de Tesla para comprobar el vínculo personal que algunas personas han desarrollado con objetos electrónicos, cual tótem mágico o elemento sagrado (seguimos siendo la misma tribu simbólica que necesita profetas y objetos a los que venerar desde hace miles de años).
Pero Julie Carpeter quiso dar un paso más y entrevistó a 23 soldados que trabajaron con MARCbots en la guerra de Irak. Constató que estos soldados lo habían incluido en su misión como uno más del equipo, bien como compañero, bien como mascota. Incluso lo habían puesto nombre y otorgado «sexo». Su grado de empatía era tal que si su MARCbot era destruido experimentaban por lo general tristeza, rabia y frustración. Teniendo en cuenta que hubo soldados que se habían llevado al MARCbot a pescar, dejándole el honor de sostener la caña, un cierto luto podría parecer hasta lógico. Las conclusiones de la tesis no dejaban lugar a dudas, los soldados habían empatizado y establecido vínculos emocionales con sus MARCbots.
Boomer era un buen soldado que causó baja en Taji, Irak. Sus compañeros le tributaron un funeral militar con 21 salvas y la entrega de dos medallas, una Estrella de Corazón Púrpura y una Estrella de Bronce, en reconocimiento por las veces que les había salvado la vida. No fue una broma, fue un verdadero funeral militar, como el que le hubieran dado a un compañero, solo que Boomer era una MARCbot, lo cual generó -como poco- mucho malestar en el alto mando. En una guerra donde mueren soldados cada semana, que unos tributen un homenaje sentido a un robot podría parecer muy frívolo, pero para ellos no lo era. Otra historia sin final feliz es la de Scooby Doo, un iRobot Packbot que voló por los aires. Quien lo dirigía en remoto lo recuperó y llevó a la base, con la esperanza de que fuera arreglado, pero no pudo ser. Cuando le ofrecieron una nueva unidad la rechazó, nunca sería Scooby.
Hoy en día Scooby Doo descansa en el Museo de iRobot en Bedford, Massachusetts, donde sus restos reposan junto a una placa que le rinde homenaje. Allí se conserva su casco con 19 rayas pintadas por sus compañeros, una por cada vez que les salvó la vida: 17 IEDs, 1 coche bomba y 1 bomba sin detonar desactivadas. Los visitantes verán un robot, pero a quienes salvó la vida siempre verán un compañero, un amigo, un soldado.
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