El único bien es el conocimiento, y el único mal es la ignoranciaHeródoto de Halicarnaso
Todo análisis que se precie de la estrategia actual de la Comisión Europea centraría una buena parte del mismo en su política en materia de innovación, pero esto no siempre fue así.
La actual UE nace como un espacio sin barreras comerciales sustentado en una política exterior conjunta en defensa de dichos intereses, es decir, un mercado común. Así lo establece el Tratado de Roma (1957) que evoluciona en alcance y número de países miembros durante más de 3 décadas. En 1992 se firma el Tratado de Maastricht donde se establece un compromiso de construcción europea mediante la unión monetaria, la cooperación policial y judicial (de plena actualidad en estos tiempos), una política exterior común, y ciertas competencias en el ámbito ambiental, científico, educativo y de salud.
No fue hasta el Consejo Europeo de Lisboa (2000) cuando se aborda a fondo el espacio que debe ocupar la innovación en el seno de los países de la Unión, con el reto subyacente de recuperar el terreno perdido. En palabras de la propia Comisión, todo un nuevo objetivo estratégico.
“La Unión se ha fijado hoy un nuevo objetivo estratégico para la próxima década: convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con mayor cohesión social”.
Leyendo entre líneas, supone asumir implícitamente que, tras siglos como referente mundial de la innovación, su liderazgo se estaba desvaneciendo (excusatio non petita…). En efecto, la innovación cimentaba el auge de Estados Unidos en el XIX, y de Japón en el XX (pieza clave intrínsecamente asociada al milagro japonés del periodo 1960-1980), aunque por entonces Europa tenía problemas más urgentes. La situación se agrava a partir de los ’80-’90 con la aparición de nuevos competidores, principalmente en Asia, con un crecimiento sustentado en la exportación de nuevas tecnologías, aprovechando las facilidades que ofrece la creciente globalización.
En los años previos al cambio de siglo, la pérdida de competitividad de la UE empezaba a constituir un serio problema para mantener las políticas de bienestar social y crecimiento. Tras 8 años donde los esfuerzos se habían centrado en lograr la unidad monetaria, vencer las resistencias internas a la cooperación policial y judicial, y establecer una política exterior común, la hoja de ruta se despeja para afrontar nuevos retos.
En ese contexto la UE arranca el nuevo milenio con una decidida apuesta por la innovación como motor del desarrollo socioeconómico de la Europa del siglo XXI. Sus principales directrices quedaron establecidas en la «Estrategia de Lisboa» al ser ratificada por los Jefes de Gobierno en la cumbre celebrada en Marzo de 2000 en la capital portuguesa, y divulgada internamente por los ministerios responsables de su aplicación en los Estados miembros.
Desde entonces, la importancia de la innovación para el conjunto de la ciudadanía ha sido uno de los leikmotiv habituales repetidos desde Bruselas. Los principios y el espíritu del acuerdo alcanzado en Lisboa siguen hoy, 18 años después, plenamente vigentes. Una medida visionaria para mantener e incrementar la competitividad con el resto de ecosistemas existentes en la sociedad globalizada y conectada del Siglo XXI, y cuya puesta en escena constaba de 3 ámbitos de actuación para alcanzar los objetivos.
- Transición hacia una sociedad y economía del conocimiento, acordando:
- lanzar reformas estructurales que refuercen la competitividad y la I+D+i interior
- ofrecer un entorno atractivo que incremente la inversión privada
- potenciar la innovación abierta
- definir indicadores para medir y valorar el éxito de las políticas aplicadas
- crear una red de datos europea entre universidades y centros tecnológicos
- retener y atraer el talento, a la vez que se facilita su movilidad en el seno de la UE
- Modernización del modelo social europeo ⇒ actuar contra la exclusión social
- Mantenimiento del crecimiento económico ⇒ aplicar políticas macroeconómicas concretas
En paralelo a todas las medidas diseñadas para ramificar el conocimiento y la innovación a todos los niveles y en todos los ámbitos, se lanzó el ambicioso plan de construcción del Espacio Europeo de Investigación (EEI). Conceptualmente suponía retomar los principios fundacionales que dieron origen al proyecto europeo y aplicarlos al ámbito de la innovación. En otras palabras, fomentar la creación de un mercado común del conocimiento, la investigación y los desarrollos tecnológicos a imagen y semejanza del económico.
“El EEI es, por consiguiente, un área de investigación unificada abierta al mundo basada en el mercado interior, en el que los investigadores, los conocimientos científicos y las tecnologías circulen libremente”.
El EEI a su vez incorporaba fórmulas de conexión con otros países mediante acuerdos bilaterales, a fin de contribuir al desarrollo global, nutrirse de avances tecnológicos externos, y retomar el liderazgo internacional de antaño. Otra de las directrices del EEI fue retener el talento y la actividad investigadora en Europa, ante la fuga creciente de cerebros¹. La mejor manera de frenarlo era logrando el incremento de inversión del sector privado, por lo que activaron mecanismos para incentivarlo.
Algunas de las medidas anteriores fueron aprobadas durante el Consejo Europeo de Barcelona de 2002. Allí también se fijó a los países alcanzar una inversión en innovación del 3% del PIB en 2010 (siendo un 2% inversión privada y un 1% inversión pública), así como el desarrollo de una patente comunitaria que supusiera un instrumento eficaz, flexible y económicamente asequible, conforme a los principios de seguridad jurídica y no discriminación entre los Estados miembros.

La reunión informal de Ministros de Investigación en Eslovenia (2008) hizo balance de los resultados obtenidos desde 2000, concluyendo necesario un consenso entre los Estados miembros y una nueva gobernanza política del Espacio Europeo de Investigación. Sin embargo, cuando se reúne el Consejo Europeo en diciembre de 2009, la crisis económica había alterado el escenario, por lo que dichas directrices se vieron reorientadas para atender la nueva realidad socioeconómica.
18 años después se constata que las políticas implementadas a raíz de la Agenda de Lisboa buscaron solucionar las 3 principales carencias detectadas a finales del siglo XX: alineamiento de empresas, universidades y gobiernos²; incremento de la inversión privada en innovación; reforma de la educación superior para que aporte mayor valor añadido al triángulo del conocimiento (relación intrínseca entre investigación-universidad-innovación).
Una valoración rápida destacaría la mejora acaecida en casi todas las áreas, pero a un ritmo muy inferior al esperado. En opinión de muchos expertos del sector, el mayor mérito de la Estrategia de Lisboa fue situar la innovación en el epicentro de las políticas de la Unión, generando una visión aún vigente, así como diseñar los mecanismos requeridos para su implementación y supervisión.
Los avances logrados en el periodo 2000-2010 fueron, sin embargo, parcialmente eclipsados por la resistencia y/o incapacidad de los países a elevar la ratio de inversión en innovación (especialmente la privada) y por el advenimiento de la crisis, cuyos efectos en los años posteriores a 2008 revirtieron una parte del avance logrado en los últimos años. Las mayores críticas se centraron en el lento crecimiento de la inversión (muy por debajo del 3% fijado para 2010 en la mayor parte de los países de la UE), la ausencia de una política específica para explotar los resultados obtenidos en los proyectos de innovación y la insuficiente creación de empresas de base tecnológica en los países de la Unión.
En 2010 los expertos coincidían en la necesidad de reimpulsar la ya agotada Estrategia de Lisboa. Se requería un calendario adaptado a las nuevas circunstancias y que incorporase las lecciones aprendidas de los errores cometidos en esos 10 años. Son los albores del programa «Estrategia Europa 2020» que rige los destinos actuales de la innovación en el seno de la Unión Europea. Una estrategia con luces y sombras, pero cuya contribución a la recuperación de la economía de la UE tras la grave crisis acaecida es innegable.
No pudo haber mejor herencia para la Estrategia Europa 2020 que nacer en una sociedad consciente de que sólo podrá ser competitiva produciendo productos, bienes y servicios de gran valor añadido mediante innovación y gestión del conocimiento. Aunque solo fuera por haber inculcado este principio, los éxitos actuales y futuros siempre deberán estar agradecidos a la Estrategia de Lisboa.
Un comentario en “Hacia un Mercado Común del conocimiento”